Intzako "sorgin" errugabeak

<<Betelu, sorgin okelu>> dio esaera zaharrak, alegia <<sorgin ukuilu>>; baina gezurra dio. Sorginak, egiazko sorginak, ez ziren inoiz "esistitu", asmakeria hutsa ziren; baina aitzakia bikaina izan ziren Europa osoan agintarien intereseko gehiegikeria krudelak betearazteko, eta ez bakarrik emakumeen kontra.
Hemen, 1610. urte aldera, Araitz bailarako orduko betiereko alkate zen Arribeko Anduezako jaunaren eta haren aldeko salatzaileen gezurra eta zikina nagusitu ziren, bereziki Intzako jendearen aurka: 17 detenidos, niños y adultos, que pasaron a las cárceles de Pamplona, habiendo fallecido en prisión varios de ellos por enfermedades y hambre auténtica; pero también, en gran parte, por el sufrimiento moral que suponía tan injusta y dramática situación. Horren lekuko dokumentatua, hona hemen irakurgai Florencio Idoate zenaren ikerlan fidagarria: Los brujos del valle de Araiz.

Los brujos del valle de Araiz

Entre los numerosos procesos de brujería existentes en el Archivo General
de Navarra, hay uno relativo al valle de Araiz, situado en la ruta de Pamplona
a San Sebastián, límite con Guipúzcoa. Es un valle bucólico y grato a
los ojos, como toda nuestra región montañesa, compuesto entonces de siete
pueblos, algunos pegados al imponente Balerdi. El viajero encuentra en la ruta
de San Sebastián los pueblos de Atallo, Arribas (antiguamente Arriba) y
Betelu, hoy municipio aparte.
Un poco más adentro se encuentra el pueblecito de Inza, sobre el que se
va a centrar mi atención a propósito del tema que nos ocupa: la existencia de
un supuesto foco brujeril en 1595, uno más de la no corta serie que desfila
por varios trabajos publicados por mí especialmente, aunque sin olvidar, claro,
lo escrito por otros autores, como Caro Baroja, aprovechando otros materiales.
Sin embargo, al proceso de Inza, o Araiz, le he dedicado poca extensión
y creo que merece la pena explotarlo a fondo, por las circunstancias y novedades
que presenta dentro del fondo común de todos los casos.

LOS PROTAGONISTAS
Protagonista número uno en este suceso –que afecta a pacíficos labradores
de un pueblo minúsculo, ya que Inza contaba solamente con 22 vecinos
en 1645– es el palaciano o señor del palacio de Andueza, al que estaba adscrito
el alcaldío perpetuo. En la época del proceso, ocupaba el cargo de alcalde
Fermín de Lodosa y Andueza, casado en 1551 con una señora de San
Sebastián, Mariana de Ibaizabal, que crio una prole de varones lucidos, y con
vocación marinera en algún caso, pues otro Fermín de Lodosa llega a almirante
dentro del siglo XVII. Otros vástagos siguen también la carrera de las armas,
y ya los antecesores de don Fermín se distinguieron en la causa beaumontesa, concretamente Juan de Andueza, que ayudó al duque de Alba en la conquista de Pamplona, en 1512. Más tarde, en 1521, interviene en la batalla de Noáin o Esquíroz, y en el asedio de Maya, siempre vinculado a la causa beaumontesa, a Castilla.
Pues bien, Fermín de Lodosa es el que recoge las denuncias sobre supuestos
brujos y, de primera intención, los traslada a su torre o palacio de Andueza,
en Arriba. Así se abre el gran proceso, montado sobre un conjunto de
truculencias que nos muestran la capacidad de nuestros montañeses para inventar
fantasías y dejarse contagiar por absurdas patrañas. Pero aún resulta
más chocante la extrema simplicidad de los jueces, que tomaban en cuenta
sus declaraciones con una constancia increíble durante todo este siglo XVI.
Veamos ahora quiénes eran los supuestos brujos. Había once en la primera
lista, a los que tomó declaración el señor de Andueza, como alcalde, asistiendo
su hijo Pedro y el escribano Juan de Areso, que recogía en romance las declaraciones hechas en idioma vascongado, el único que hablaban en esta tierra.
Eran tres hombres y ocho mujeres, en principio, aunque el número
aumentaría. Ellos se llamaban Johanes de Zapataguindegui, Martín de Barazarte
y Johan Martiz de Perugorri, de cincuenta y siete, cuarenta y sesenta
años, respectivamente. Ellas eran María Miguel de Orexa, Catalina de Mercero,
María de Peruxa y Arana, Miguela de Chorro, María de Peruxerena,
Gracia de Zubieta, María Johan de Chorro y María Ernandoiz de Perugorri.
La de más edad es Gracia de Zubieta, de sesenta años; las más jóvenes, las hermanas Miguela y María Johan de Chorro o Chorroa, de trece y nueve años.
En los procesos estudiados en otros trabajos, lo mismo que en Logroño en
1610, no faltan niños, como vemos en el proceso de Anocíbar a 20 km de
Pamplona, 20 años antes. Aquí figuran Martinico y Miguelico, de diez y siete
años respectivamente. Por cierto que sus declaraciones infantiles pesaron entonces muy especialmente en el ánimo de los jueces, ofreciéndonos una pintoresca narración sobre los aquelarres. Si no ellos –salvados por su corta edad–, un matrimonio acabó trágicamente en esta ocasión.
Observamos posteriormente que la relación de detenidos aumentó hasta
17, que pasaron a las cárceles de Pamplona, donde les esperaban horas muy
amargas, tanto por la injusticia de su prisión, como por las amarguras del
hambre y la enfermedad. Parece increíble que se cebase tanto la malquerencia
o ignorancia en un pueblo tan pequeño, pues, como ya hemos dicho, Inza
no pasaría de los 100 habitantes con sus 23 vecinos, casi todos labradores.

LA CATADORA DE BRUJOS
Todo empezó –si las cosas son tan sencillas como aparecen en el proceso–
por la presencia en Inza de una tal Johana de Baráibar o Barébar, a la que conocemos por su declaración del 20 de junio. En esta fecha, los brujos denunciados por ella llevaban más de cuatro meses encarcelados, habiendo fallecido ya varios por enfermedades y hambre auténtica, según leemos en los papeles, pero también, en gran parte, por el sufrimiento moral que suponía tan dramática situación. En la citada fecha, comparecen ante los alcaldes de Corte,
licenciados Ozcáriz y Ros, el abogado Pedro de Caparroso junto con el receptor
Beruete, comisarios del tribunal en este negocio contra Juan Martines
de Perugorri y consortes.
Muy sabrosa nos parece, para empezar, la declaración de la catadora de los
brujos, la citada Juana de Baráibar, una muchacha de doce o trece años. En
presencia de los licenciados Ozcáriz y Ros, alcaldes de Corte, y de seis de los
acusados, se le preguntó si les conocía como tales brujos o bruxos (es la palabra
que se emplea más en este proceso); si les había visto en los ayuntamientos;
si tenían alguna señal –copio– “a manera de çarpa de çapo en el ojo izquierdo”
y otros extremos. Contestó que no había visto a los procesados en
los ayuntamientos de rigor, pues hacía dos años que no acudía, después que
el licenciado Caparroso la examinó. Esto quiere decir que contaba con antecedentes; madera de bruja 100 por 100.
Su especialidad era catar la famosa señal de los ojos, en lo que ya tenía notables
antecesoras dentro de Navarra, como vemos en el proceso de los brujos
de Ituren, en 1525. Su maestra había sido en este difícil arte su propia madre,
Jurdana de Arangúa, de Aldaz, en el valle de Larráun, que la llevaba a los
aquelarres. Ella le enseñó a distinguir –copio– “la señal de los que conoció en
la dicha cueva, y que la dicha señal solamente podían echar de ver los que
hauian sido bruxos y se auian allado en su junta”. Igualmente aseguró que los
que se apartaban de las juntas y del poder del “negro” o demonio conservaban
toda la vida la señal. Como testimonio de esta afirmación aseguraba que
su hermano Miguelino de Baráibar, de diez años, se encontraba en este caso.
Se trataba, pues, de una marca indeleble, según ella.
Es curiosa la confesión que hace de haber ido al monasterio de Aránzazu
con su abuelo, donde les confesó un fraile que les puso unas reliquias, les echó
agua bendita al rostro y les leyó ciertas oraciones. Parece que esta romería la
hizo al iniciarse el proceso de Inza. Luego de esta visita, empezó a ser perseguida
y azotada por el famoso “negro”, por haber descubierto a las brujas.
Después de estas andanzas, había recobrado la tranquilidad perdida. Interesante
es también lo que declara Juana de Baráibar sobre el sueño de su abuela,
que no despertaba a las voces que daba la nieta cuando le golpeaban de noche
las brujas. Esto se debía a que le ponía –copio– “una hierba dormidera
sobre el coraçon” que, por lo visto, crecía “entre peñas y peñascos en la sierra
de Aralar y en los montes del dicho lugar de Aldaz”. En 1576, se habían practicado
investigaciones en el valle de Larráun, lindante con Araiz, y se examinaron
cuidadosamente las cuevas de allí. La tradición brujeril existía, pues, en
esta zona.
Veamos ahora lo que dice Juana de Baráibar de las relaciones con el alcalde,
Fermín de Lodosa. Días antes de tomar declaración a las ya famosas brujas
de Inza, pasó ella en busca de nabos a este lugar con otras mujeres de Baráibar.
Con tal motivo, se entretuvo con María Miguel de Oreja y María de
Hualde, a las que enseguida catalogó de brujas por la señal de los ojos. Ocurrió
después lo de la prisión del grupo de Inza en Andueza, situado a un tiro
de arcabuz de Arriba. Habiendo asomado esta traviesa catadora por allí, alguien
la amenazó de muerte por haber denunciado a los brujos. Total que,
bastante asustada, informó a Fermín de Andueza, quien la retuvo en su casa
para más seguridad de su persona, si le hemos de creer.
Respecto al famoso ungüento blanco (que se suponía guardado en casa de
Usabarrena), dijo que no sabía si era el que usaban las brujas para untarse. El
que le ponía su madre era blanco “como lo graso del tocino”. Esta aprendiz
de bruja, aparentemente ingenua e inofensiva, habría de ser la causante, en
buena parte, del jaleo que se armó en Araiz y sus desagradables consecuencias.
Aunque parezca mentira, el importante señor de Andueza no sólo escuchó
sus chismes, sino que la acogió bajo su protección, para evitar cualquier
agresión por parte de los comprometidos en tan confuso asunto. Tal vez haya
que pensar, también, en que pudo ser instrumento o pretexto para disimular
otras intenciones. Parece que los Andueza tenían interés en que lo de
las brujas prosperase, por lo que fuese. De todas formas, uno piensa a veces
que el buen sentido está en proporción inversa a la categoría cultural de las
personas, que el sentido común es el menos común de los sentidos. La actuación
de los tribunales parece corroborarlo sistemáticamente en el siglo XVI.

LAS DECLARACIONES DE LOS BRUJOS
Ya hemos visto que fueron 11 los encarcelados por Andueza, aunque a
medida que las cosas se embrollaron, el número fue creciendo hasta llegar a
17 en los meses de abril y mayo. Casi podríamos asegurar que los de Inza ocupaban una buena parte de la cárcel de Pamplona, bien que su número fue bajando, al ir falleciendo casi la mitad en pocos días.
Analicemos ahora algunas de las declaraciones. Las de Johane Martiz de
Perugorri, de sesenta años, y de María de Chorro, de nueve, los brujos de mayor
y menor edad. En cuanto al primero, fue sometido, más o menos, al siguiente
interrogatorio, que puede servir de norma general:
– Si era brujo y de cuántos años a esta parte.
– Quién le enseñó este arte.
– Si sabía que hubiese brujos en el valle de Araiz y otras partes.
– A dónde suelen acudir a hacer el ayuntamiento o junta y a qué horas.
– Qué suelen hacer y las cosas a que quedan obligados.
– Qué intereses o premio se les da.
– Cuándo estuvo la última vez en estos ayuntamientos.
Este cuestionario fue preparado, sin duda, por el palaciano de Andueza,
el receptor de los Tribunales, Juan de Huarte, y el escribano Juan de Areso.
Nos dirá Johane que a los dieciséis años, andando de pastor en el término de
Aralar, junto al valle de Araiz, se encontró con un tal Oteicico, casero del palacio
de Eraso (en Errazquin), quien le untó la cabeza con un ungüento o “cosa
blanca”, llevándole luego por el aire a la endrecedera o término de Aquedarrea.
Allí vio a Belcebú y a una mujer sentados en sendas sillas doradas, observando
que muchas mujeres besaban al demonio –copio– “en el trasero y
que suelen danzar y regocijarse”. Entre los asistentes se encontraban la familia
de Orexa (u Oreja), Gracia de Zamarguiñarena, Johanes de Zapataguindegui,
María Domingorena, Catalina de Urrutia e hijos, Martín de Barazarte,
Micheto de Usarbarrena, su hijo Johanes el Jiboso y muchos más. Estos
dos últimos hacían de juglares y en alguna parte leemos que tocaban la gaita.
Lo de arrastrar los brujos a los familiares era lo normal, pero también se complica a otros en el juego, con más o menos malicia.
La última vez que asistió al aquelarre fue unos nueve meses atrás, habiendo
recibido de Belcebú “ciertos polvos” para repartirlos entre los brujos. Pero
ahora, afirmó, no tenía ungüentos ni polvos. En esto no hay originalidades
en el proceso. Se le preguntó si conocía a los abades de Arriba y Errazquin,
presuntos asistentes a estas reuniones según varios de los encausados. Contestó
que nunca los había visto en los cuarenta y pico de años que llevaba en
su oficio de brujo. Por lo menos estos clérigos quedaron en buen lugar por
parte del decano de la brujería de Inza, pero su buen nombre quedó en entredicho
en boca de otros.
Pasamos ahora a María Johan de Chorro, la benjamina del grupo, hija de
Martín Chorro y María Ernandoiz. Los niños –lo estamos viendo en todos
los casos– no eran excluidos de estas acciones de la justicia, un poco víctima
de la rutina y de sus propios prejuicios. Además, se concedía gran importancia
a sus declaraciones, como ocurre en este caso. En el caso ya citado de Anocíbar,
en 1575, Martinico y Miguelico, sobrinos de María Johana, la gran bruja
del lugar, no contaban más que diez y siete años, pero ya en su época se hicieron
famosos. En el gran proceso de 1610 encontramos bastantes también,
alguno del Roncal. Los recuerda el último documento de la Inquisición de
Logroño, publicado recientemente por mí, que corresponde al año 1613.
Veamos lo que declaró María Johan de Chorro, por supuesto en idioma
vascongado. En este caso era su propia madre, María Ernandoiz, también
procesada, la que le llevaba a Aquelerrea, untándola con un ungüento en las
cejas y en la frente. Copio lo que sigue: “Y lo que ha visto en la dicha endrecera
de Aquelarre, es mucho número de bruxos y brujas, y en medio de todos
ellos, a un hombre negro con unos cuernos, y junto a él una mujer. Y todos
los que allí acuden y esta declarante le besan al dicho hombre negro en el
trasero, y les da ciertos dineros y andan dançando”. Luego, María Johan dio
una lista de los asistentes, incluyendo a su madre y a su hermana, procesadas
ambas; a su abuela, María de Perugorri, y a otros muchos: Usarbarrena, Mariano,
Gorostiaga, Bengochea, Juániz, Urrutia, Zubieta, etc. En total, una
cuarentena, más o menos, incluido Miguel de Barrena, estudiante, el más culto
de la cuadrilla, que sin duda conocería el romance y echaría sus latinajos.

ACTUACIÓN DEL TRIBUNAL DE LA CORTE
Tras unos días de prisión en la torre de Andueza, los supuestos brujos de
Inza pasan a Pamplona donde, a partir del 22 de febrero, prestan nueva declaración, ahora ante los alcaldes de la Corte, Suescun, Ozcáriz, Ros y Tejada.
En general no niegan su prosapia brujeril. Las niñas son las que no mantienen
una postura firme, vacilan. La citada María Ernandoiz nos cuenta su entrevista
con la Baráibar, la catadora de brujos, y cómo en cuanto le vio –copio–
“la primera palabra que le dixo a ésta que declara fue que era una bruja,
y que hiciese su confesión ante don Fermín de Lodosa y Andueza”. De no
hacerlo, le serían embargados sus bienes “y a ella le harían pedazos, atada a
quatro caballos”. Asustada ante tales amenazas, a pesar de proceder de una
chiquilla, preparó su viaje al palacio de Andueza. Explicación un tanto simplista,
pero algo tendrá de verdad, sin duda, pues el temor al poderoso puede
mucho. Es muy interesante su larga declaración, en la que narra sus andanzas
desde niña y las impresiones recibidas en su profesión de bruja.
El realismo en la parte tocante al acto sexual con el demonio resulta verdaderamente crudo en varias declaraciones de mujeres, más que en ningún
otro proceso de los encontrados por mí. Citamos, como ejemplo, las de María
Miguel de Oreja (de veintiséis años), María Peruxa (de veinte) y de la citada
María Ernandoiz (de treinta y siete).
No nos podemos detener apenas en otras declaraciones, algunas de las
cuales aportan detalles curiosos. Me remito, por ejemplo, a la de María Miguel
de Orexa publicada en mi obra El Señorío de Sarría, como muestra de lo
que digo. También puede verse mi trabajo La Brujería, donde ofrezco un resumen.
Por supuesto, coinciden todos en la presencia de Belcebú, en el acto
de la adoración, el premio en dinero, el banquete y la danza. La famosa cue-
va de Alli, al pie de la Sierra de Aralar, se iluminaba en las noches de aquelarre
con huesos encendidos de criaturas sacrificadas por los brujos, a los que se
atribuía todos los males habidos y por haber. Muerte de criaturas y ganados,
emponzoñamiento de los sembrados con los famosos polvos, etc. La novedad
está únicamente en ubicar el aquelarre en las cuevas de Alli, aunque alguno
habla de Huici. Los procesados envuelven en estos líos a sus familiares y convecinos, suponemos que con más ingenuidad que malicia. Cuando las cosas
se pusieron serias, negaron tales fantasías y pidieron perdón a los que habían
perjudicado con sus excesos verbales.
Los tratos con el demonio, con “Belcebut” como se le llama en este proceso,
no impedían a la Ernandoiz hacer una vida normal con su marido desde
hacía 20 años, a pesar de que “al tiempo que con él casó, se le dio y entregó
como viuda, y no como doncella virgen, y así lo dio a entender al dicho
su marido antes que con él se acostase; y le refirió que el dicho Belcebut le
habia privado de su virginidad, y, sin embargo, le tomó por su muger. Y después
aca an vivido como marido y muger con mucho amor, y an tenido un
hijo y tres hijas”. Tipo curioso de bruja y curandera es la llamada Monja de
Errazquin, que inició a María de Peruerena, una de las procesadas, y a otras.
Estas maestras son una parte de la organización brujeril en todos los meridianos.
Más curiosidades. Juan Martínez de Perugorri fue untado con el famoso
ungüento en los sobacos por un compinche. Este le engañó diciéndole que
quería ver “si tenía peojos” en la cabeza. Catalina Mercero, mujer de Carlos
de Zaparaguindegui, también procesado, asegura que “la endrecera llamada
Aquerlarrea, es junto San Miguel de Celssi”. María Peruxa y Arano concreta
más cuando dice que el campo de Aquerlarrea estaba “junto al lugar de Alli”,
del valle de Larráun. Johanes de Zapataguindegui nos aclara lo tocante a la
música, ya que parece ser el que cantaba “con voz algo levantada”, aparte de
tocar el instrumento “que le llaman gaita”. También se habla del rabel y, por
supuesto, del tamborín.
En cuanto al idioma de Belcebú, María Miguel de Oreja nos explicará que
“suele ablar de muchas maneras, así bascuence, como romance y otras lenguas”.
La ya citada María Peruxa declara que Belcebú “les predicaba en bascuence
y en la misma lengua les persuadía que renegasen de Dios Nuestro Señor”.
No hace falta señalar que la imaginación y fantasía de estos aldeanos
vascos está a gran altura. En el proceso citado de Anocíbar, en 1575, la protagonista, Mari Juana, nos da las frases en vascuence que le dirigió el demonio: Ene aiz (mía eres) y enetako vear dun (para mí has de ser).

SITUACIÓN DE LOS BRUJOS EN PAMPLONA
Desde su ingreso en las cárceles de Pamplona en febrero, comenzó un verdadero
infierno para los pobres inculpados, que veían pasar los días sin mayor
avance en su proceso desde que los alcaldes de la Corte les tomaron la primera
declaración. Las diligencias de rigor se hacían con lentitud, aunque el
negocio, como se dice en el nombramiento de comisario, era “tan grave”. La
acusación del fiscal es del 22 de mayo. En ella se recogen todas las patrañas
vertidas por los procesados, incluida la de la famosa olla con el ungüento.
Mientras tanto, las enfermedades se cebaban en estas pobres gentes que em-
pezaban a volver de su pasajero delirio a la realidad. Dentro del mismo mes
de mayo, vuelven a prestar declaración. Uno a uno van negando con firmeza
lo que confesaron ante el señor de Andueza, primero, y ante los alcaldes de
Corte, después. Y lo mismo hacen los procesados posteriormente. Por temor
o por lo que sea, Johan Martínez de Perugorri, ya sexagenario, dice claramente
“que todo ello es falso y contra verdad, porque lo dixo por su antojo y
no por otro despecho”. Por tanto, nada de soborno o de influencias extrañas.
Johanes de Zapataguindeguía, de cincuenta y siete años, viene a decir lo mismo:
“que lo dixo por su antojo y que así, en descargo de su conciencia, revoca
aquella”. De modo semejante se retracta Martín de Barazarte, de cuarenta
años. Parece claro que hubo acuerdo general y consejeros prudentes de por
medio.
A todo esto, llevaban ya tres meses en lamentable situación. En nombre
de sus compañeros, Micheleto de Usabarrena, de ochenta años, se quejaba de
la gran miseria y hambre que padecían. Después de mucho rogar lograron
que se les atendiese, aunque el fisco sólo llegó a muy poco en este punto. Apenas
se les alimentaba. Micheleto de Usabarrena pidió, pues, que se les concediese
la libertad o que se tratase pronto su negocio, “porque no acauen de morir
en la dicha prisión”. Particularmente se quejaban María Johan y Miguela
de Chorro de ocho y trece años, que murió pronto. Pocos días después nos
enteramos que habían fallecido hasta ocho nada menos, pero esto no impresionaba mucho al tribunal, al parecer. Todo debía ir por sus pasos contados.
Ciertamente, se trataba, en algunos casos, de propietarios de casa y hacienda,
pero otros se encontraban más desvalidos, sin bienes propios. Miguel
de Oreja, por ejemplo, contaba con 20 corderos, una yegua, un macho, cinco
cabras y su casa de Orexena con sus campos. Pero todo se volvía contra
ellos: algún rebaño despeñado, alguna criatura muerta, y... hasta la aparición
de una olla con ungüento (que resultó ser grasa de un oso muerto durante el
invierno último, que la supuesta bruja usaba para engrasar los borceguíes de
su marido). Los lobos y las malas nubes o nieblas eran los verdaderos brujos
causantes de los entuertos, es decir, las fuerzas de la naturaleza.
Había llegado el mes de junio y las cosas no avanzaban. Es en este momento
cuando intervienen los siete lugares del valle de Araiz, cuyos representantes
o jurados se reúnen en la casa llamada Bazarresagasti, de Arriba. Se hacen
eco los presentes de las acusaciones contra algunos, y sigue la declaración:
“porque es justo, que los que lo son (brujos y brujas) sean castigados, y los
buenos y gente principal y cristianos de la dicha valle, que carecen de la dicha
mácula y nota, sean conocidos y queden sin nota alguna”. Se hacen eco
también los pueblos de la novedad y de los daños causados y entran en el pleito.
El asunto trascendía ya del ámbito del palaciano de Andueza. Habían
muerto para entonces María Miguel de Orexa (veintiséis años), Graciana o
Gracia de Zubieta (sesenta), Catalina Mercero (veintinueve), Mari Arano,
María Peruxarena (veinte), María Andrés Peruxarena (quince), María Ernandoiz
(treinta y siete) y Miguela Chorro o Chorroa (trece), cuyos nombres pasarán
a la posteridad como ejemplo de un proceso injusto llevado hasta el fin.
Las últimas eran madre e hija.

Siempre con el prurito legalista de llevar el asunto por sus pasos, la justicia
era un poco víctima de sus propios procedimientos y de los prejuicios indudables
de los que la administraban. Da la impresión de ser un poco inmovilista en esto de la brujería, hasta después del proceso de Zugarramurdi. En
todos estos procesos cuentan no solamente las condenas a pena de muerte, sino
también las muertes de los que acaban sus días en las cárceles. Repasando
un poco los procesos anteriores, observamos que en el de Anocíbar dos de los
encartados murieron víctimas del sufrimiento físico y moral, incluido el tormento
del potro, aplicado a un hombre y a una mujer.
Lo mismo que haría la Inquisición en Logroño con varios condenados en
1610.
En cuanto a la famosa quema de brujos en Burguete, en 1527, no estamos
seguros del número de víctimas, a pesar de la conocida carta de Avellaneda
publicada por Caro en 1933. Avellaneda nos habla, en su carta dirigida al
condestable de Castilla, de varias brujas ajusticiadas en Pamplona (menos de
ocho) y de 50 en Lerena y Burgo de Roncesvalles, entre 200 procesados.
Si se ha de juzgar por las seis cadenas para los “colgados” –según indico
en mi trabajo Un documento de la Inquisición sobre Brujería en Navarra– hubo
seis muertos. En el auto de fe de Logroño, los verdaderamente ejecutados
fueron también seis, aunque otros muchos murieran en las cárceles del Santo
Oficio. En la cuenta de los jueces hay que cargar, pues, estas otras víctimas,
que perecieron menos espectacularmente.

LA INTERVENCIÓN DE LA INQUISICIÓN Y ACTUACIONES
POSTERIORES
La Inquisición tiene que contar en Navarra con su régimen especial de reino
aforado, por lo que son frecuentes los choques de jurisdicción con el Consejo
Real, el Supremo de Navarra. Estos choques, prudentes o abiertos, se manifestaban ya en los procesos de principio de siglo, como en los de Roncal y
Salazar en 1527.
También hay un leve conato en Araiz. Efectivamente, nos encontramos
con una carta fechada el 2 de mayo y firmada por el licenciado Lombera
(agregada al proceso), es decir, del momento álgido. Va dirigida al licenciado
Luis Suescun, al que explica que se había trabajado con actividad “en los negocios de los bruxos y bruxas, que por ser de la calidad que son, a abido alguna
dilación en tomarse solución, sobre lo que se abia de hacer para acertar
mejor. Y a parescido, no tratar por ahora destas causas en el Sancto Oficio, y
así se buelben a ynviar a v. m. y a esos señores alcaldes, sus compañeros, las
informaciones originales”. Se dice luego que, si de las diligencias practicadas
resultase alguna cosa “tocante a nuestra Sancta Fe Catholica”, se avisase para
proveer lo conveniente. O sea, que los inquisidores se inhiben discretamente
en esta ocasión y el Consejo Real se comporta con cortesía. En cambio, se
meten aquéllos de lleno a principios del siglo siguiente, como es sabido. Pero
también actúan los tribunales navarros posteriormente, aunque con signo distinto,
castigando a los delatores de los brujos.

SENTENCIA DEL TRIBUNAL
Parece claro que esta intervención momentánea del tribunal de Logroño
paralizó un poco el proceso, que se falló por la Corte el 3 de octubre, cuando
los supuestos brujos llevaban en prisión casi ocho meses, se entiende los
que sobrevivieron. El Consejo Real falló el 28 de noviembre, suavizando un
poco las penas impuestas por la Corte. A Martín de Barazarte (cuarenta
años), de la primera hornada, condenado a 100 azotes y destierro del reino
por seis años, se le evitó así la pena humillante de azotes. Se absolvió a Johan
Zamarguiñarena, de los procesados posteriormente, o sea, de los que no prestaron
declaración en el palacio de Andueza.
Consultadas las acusaciones del fiscal, observamos que Barazarte llevaba
al aquelarre a las dos hijas de Chorro. En cuanto a Zamarguiñarena, concurría
también a Aquerlarrea, como no podía ser menos, y era uno más entre los
que besaban a Belcebú y cometía otros actos “vituperables”. Son sus supuestos
delitos la muerte de niños y de animales, la destrucción de las cosechas, el
inducir a otros a ser brujos y, siéndolo, a confesar y comulgar. No es fuerte el
castigo, pero el mal estaba ya hecho y había hecho muertes por delante.
Un poco atenuó la pena el recurso –que diríamos hoy– promovido por estos
supervivientes del famoso proceso de Inza, ya que en principio habían sido
condenados los dos a 200 azotes, pena denigrante, y a destierro perpetuo.
Los argumentos empleados fueron el cumplimiento de sus deberes religiosos;
haber confesado y comulgado antes de la segunda declaración, completamente
contraria; haber sido inducidos y engañados por algunas personas para
que declarasen ser brujos, prometiéndoles “que los llevarían a Calahorra y
los harían absolver”. También se alega la hidalguía como mérito. Todo esto es
bastante embrollado, pero lo mismo ocurre en casos similares. Del cumplimiento
de sus devociones nos informa el padre Paulo, jesuita, que reconoció
que la mayor parte de los procesados habían sido confesados por él. Sin embargo, se negó a hacerlo con los que declararon haber hecho falsas deposiciones
hasta que restituyesen la honra a los perjudicados en la primera declaración.
Este religioso les hablaba, claro está, en vascuence, “en su lengua vascongada”.
Tal es a grandes rasgos el proceso de Inza, que presenta forzosamente mucho
en común con los demás de Navarra, pero que aporta, también, algunos
datos útiles para el mejor conocimiento de este pintoresco capítulo de la brujería.

           -----------------------------------------------------------------------

Beste ikerlari baten lanari esker jakin dugunez, Intzako "sorgin" errugabe horien auzian, intzatarrez gainera, Errazkingo apaiza ere sorgintzat salatu zuten, eta haren aurkako auziko dokumentazioan ageri dira hitzez hitzeko testigantza hauek:

<<Joan de Sendo, natural de Inza, dixo en bascuence a Micheto Usabarrena: Mitxeto, begiraizu zer ari zaren: sorgina zarela esaten badezu, erreko zaitue.>>

<<[Errazkingo apaiz] Johanes de Ansorena dixo en bascuence a Martin de Baraçarte [intzatarra]: Martin, ni ere banayçala esaten due. Ni banayz [sorgina]? Y el dicho Martin de Baraçarte respondio tambien en bascuence: Nic eztaquit jauna, nic ycusi ez zaytut.>>

          -----------------------------------------------------------------------
Aldez aurretik ere, 1545ean, izan ziren auzipetuak eta zigortuak:

El Fiscal contra Juliana de Leiza, residente en Azpiroz, Catalina de Torrano, vecina de Torrano, Graciana de Errazquin, vecina de Arriba, y otros, presos, sobre adulterio, intento de muerte por envenenamiento de Miguel de Noain, clerigo, y brujeria.